UNA CARTA
San Lorenzo, 18 de marzo de 2017
A vos, señorita:
Quiero que sepas, mujer valiente, que esta no es una triste carta de resignación sentimental, tirada, arrugada y pisada por peatones que van desesperados al trabajo. Tampoco es una sufrida declaración de amor, desbordante de surrealismo poético: no es nada de eso. Simplemente, es otra carta que escribo pensando en tu rostro, una ligera fuga de emociones, un suspiro más en el universo.
Te soy sincero... No quiero dramatizar este pequeño y punzante deseo, que invade mi cabeza en cada café atrasado de las ocho de la mañana, como un regimiento que ataca el territorio enemigo sin previa declaración de guerra, o como los protagonistas en las películas norteamericanas, quienes van y toman a los "malos" por la espalda para romperles el cuello, o romperles el alma. Es por eso que intento escribir... escribir sin hundirme en la tragedia literaria que, últimamente, me observa desde una peligrosa distancia.
Siento la inflexible necesidad de confesarte que, hace ya varios días, caigo sin precaución y sin paracaídas en la monotonía poética de mencionar siempre la suavidad de tus manos, la fragancia de tus cabellos o la prudencia de tu alma racional. Pero es que sos en mí la eternidad aparente del cauce de un río turbulento, de un río que es río en los días en que te extraño como si fuéramos algo, pero que es un lago triste y pesimista cuando recuerdo qué tan distante fuimos, somos y seremos.
Yo te comprendo, si creés que es la juventud la que me lleva instintivamente hacia la creencia de tu cercanía a la perfección, de tu posible procedencia divina. Pero es que no es mi juventud, no soy yo, no es mi forma de ver las cosas; en realidad sos vos, vos que tenés la costumbre de usar mi mente como un dormitorio, vos que tenés el hábito de dormirte sobre mis ideas como si fueran suaves pedazos de cielo.
Yo quiero pensarte objetivamente. Quiero suponer que solo sos una continuidad natural y biológica en la historia de la humanidad, y que eso me obliga a buscar la supervivencia de nuestra especie, como si ningún ser inteligible hubiera estado involucrado en la figura de tu cuerpo. Y tampoco es eso, sencillamente. Más bien creo que es el negro profundo e infinito de tus ojos y la sencillez de tu persona. Tal vez es solo esa forma tímida de reírte, la que me lleva a creer que sos no únicamente de este mundo, no únicamente humana.
Cada día te presentás en el ocaso, en el rubor del sol que se siente apenado de ser testigo de cuántos amoríos y cursilerías, en el vidrio barato de mi ventana, que no es ventana, sino espejo, cuando te imagino ahí, pintada en colores tristes. Te mostrás como el inexorable sueño de alguna vez no solo soñarte, y te dejás ver en una silueta, como el atisbo de una realidad que no puedo alcanzar.
Sin embargo, aunque leas estas palabras elegidas para vos, quiero que estés convencida de que no tengo la dulce intención de conmoverte de alguna forma. Tampoco espero que guardes esta carta en tu cajón favorito del ropero, ni que te acostumbres a leerla cada noche antes de dormir; no te caigas, no te tropieces con la errónea presunción de que estoy derrumbado por la pasividad de tus acciones. No pienses que se me enfría ese mismo café atrasado de las ocho de la mañana por estarte pensando, o imaginando que estás pintada en algún cuadro de mi habitación.
Yo te confieso que no estoy débil ante el fenómeno de tu ausencia, que no estoy melancólico y que tampoco te dibujo en la tapa de mis cuadernos durante las clases aburridas. Yo no quiero crear un ambiente de romanticismo, no quiero verte atada a ese ocaso pobre y harto de amores humanos y tragedias humanas. Yo solamente espero volver a escribirte, alguna vez; volver a hablarte, algunas veces; abrazarte fuerte, por primera vez, muchas veces.
Y no es que me muera de amor… es solo que vivo con la intención de acercarme a la comprensión humana y sincera, de todo lo que sos y todo lo extraño que soy y me siento, solamente pensando en vos.
Milson De Jesús Godoy Caballero.
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