EL CONSUELO HUMANO
No
fue un buen día para Rubén, quien acompañado de su profunda tristeza humana, se
echó en el sofá de la sala, para que lo calentara y abrazara, salvándole del
frío, que ya no era tan frío como los inviernos fieles de los años 20 del siglo XXI.
En
su habitación, de repente, comenzó a reproducirse “claro de luna”, de
Beethoven, lenta, sobria, tal vez un poco esperanzadora. Se trataba del sensor
emocional de Bianca, la tv que a Rubén le costó un año de trabajo. Ella
intentaba consolarlo, de animarlo, con la sonata.
-No sé cómo pude equivocarme así en el
trabajo, gran siete, ¿qué voy a hacer? Encima pueden echarme -pensó, mientras
su garganta soportaba, desesperada, ese llanto humano, el que muchas veces nos
privamos.
Unos
momentos después, Bianca parecía componer una canción de cuna, con su
configuración de idioma en “Español-Paraguay”:
No llores, tierno bebé, no te
estremezcas,
que no es tiempo, todavía.
Yo estoy para vos, mi dulce humano.
Vos sos una pequeña criatura, todavía.
Estoy por vos, estoy para reemplazarte
si necesitás, y yo te quiero, mi bien.
Arriba las estrellas están listas para ser tuyas,
para estar en tu bolsillo, si te parece bien.
Yo estoy para vos, mi dulce humano.
Vos sos una pequeña criatura, todavía.
Estoy por vos, estoy para reemplazarte
si necesitás, y yo te quiero, mi bien.
Arriba las estrellas están listas para ser tuyas,
para estar en tu bolsillo, si te parece bien.
Yo soy todo lo que tenés, tierno humano.
Mirame, quereme, que yo te quiero.
Yo voy a cuidarte siempre, mi ternura,
vos escuchame, hablame, que yo te quiero.
Arriba las estrellas están listas para ser tuyas,
para estar en tu bolsillo, algún día.
No llores, tierno bebé, no te estremezcas,
que no es tiempo, todavía.
Rubén comenzó a llorar, recordando lo difícil que es
conseguir trabajo, en estos tiempos en que los humanos dicen que los humanos no
sirven, que son difíciles de pagar, difíciles de tratar, que las inteligencias artificiales necesitan solo pequeños mantenimientos, que el hombre es torpe, que la mujer
puede embarazarse, que los sentimientos no hacen dinero.
La habitación de Rubén, tras la canción de cuna que liberó
a su garganta, se iluminó de hermosos colores alegres:
-Rubén, vení acá, por favor. No estés así, vení que voy a
relatarte un hermoso cuento, mi pequeño -dijo Bianca, la tv, con su voz de
mujer tierna, maternal, humana.
Él
fue, entre lágrimas, con su almohada bajo el brazo, con alma de niño desencantado,
como un perro triste, recientemente expulsado, abandonado.
-Sentate,
Rubencito, te voy a contar un bellísimo cuento, ¡que pude elaborar con los
patrones lingüísticos que tengo! Quiero que me escuches, mi querido Rubén, ¿sí?
- Sí, sí -respondió Rubén, ahora con alma de anciano,
reconfortado.
-Hubo una vez unos débiles y
tiernos humanos, que se emocionaron con la tecnología y...
Milson De Jesús Godoy Caballero.
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