A LA JUVENTUD: VAYAN POR EL MAL CAMINO


Jacques, Louis David. 1787. La muerte de Sócrates [Pintura] Nueva York, Museo Metropolitano de Arte.
       En el año 399 a.C.  un hombre fue condenado a muerte, en Grecia, cuna de nuestra civilización. Su principal delito fue, según quienes lo acusaron, el de corromper la moral de la juventud. Así, pues, 556 jueces votaron: 281 a favor de la pena, 275 en contra. Sócrates, de quien hablamos, murió como siempre vivió, con honor y con la verdad de su lado.
       Hoy, más de dos milenios después, gracias a la historia, sabemos que en realidad su única equivocación fue la de enseñar la virtud, la moral y la verdad. Cometió el error de llevar a esos jóvenes griegos hacia el camino que los malvados hombres consideraban negativo para sus intereses. Las personas de intenciones ajenas al bien, contrario al sentido común, creen que el buen camino es el malo. Una juventud despierta y conocedora de su entorno nunca es conveniente para tales actos. Conociendo este antecedente, yo, un estudiante ordinario de 20 años, debo confesarles algo sin importar las posibles consecuencias: también les quiero llevar hacia el mal camino, hacia el bien.
      Por eso me dirijo a ustedes, jóvenes de este Paraguay nuestro, incansables soñadores de una sociedad ideal, víctimas de las malas influencias y la falta de enseñanzas, a todo aquel que esté confundido, pero tenga esperanzas, y a todos quienes piensen que nosotros, los jóvenes, podemos mejorar el país.
      Hace unos días me sentí muy triste, bastante dolido. De alguna forma, en redes sociales, me encontré de forma azarosa con una serie de videos que actuaron en mí como una poderosa alarma que despertó mi responsabilidad humana y mis ideales éticos.  El primer audiovisual mostraba a un grupo de adolescentes no mayores de 16 años, que había hecho una especie de carreras sobre motos que, luego, terminó en un tumulto de golpes, gritos e insultos de todo tipo.
      Suspiré por un momento y continué mirando otras publicaciones. Rápidamente, me topé con otro video donde, esta vez, pude observar a dos señoritas arrancarse los cabellos durante una penosa pelea cargada de groserías. Quien filmaba este acto, antes que ayudar, parecía doblarse de risas entre esos golpes ajenos. Inevitablemente, comencé a pensar en todos los problemas de las personas, de la sociedad y de la vida misma.
      De repente, la risa vehemente de ese hombre se mostraba como el reflejo del actuar de un gran porcentaje de la juventud ante los achaques sociales que sufrimos a diario. Esa carcajada fue la respuesta de un hombre ante una vergonzosa pelea donde dos personas se causaban daño, donde hubo un conflicto, donde tal vez la causa fue solo un malentendido. En ese momento recordé una cita atribuida al físico Albert Einstein, que reza lo siguiente: “La vida es muy peligrosa. No por los que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver lo que pasa”.
      Ante esto, firmemente decidí no limitarme a observar a los jóvenes en medio de tantas necesidades. No dispongo de otros medios más que de mi amada literatura, ante semejante urgencia. Es posible que estas mis palabras no sirvan de mucho; sin embargo, si ellas logran conmover el corazón de al menos una persona, invitándole a reflexionar sobre su vida, habrá sido suficiente para sentirme realizado por dar algo de mí para los demás.
      Jóvenes, la sociedad nos necesita. Levanto mi voz en contraposición a esa triste carcajada que pretende representarnos. Ya vi suficiente, vi demasiados hechos penosos e indignantes. Veo a adolescentes desperdiciando su vida de forma nada honorable, les veo preocupados por el aspecto de sus motos y sus autos, pero no de sus vidas.
      Escucho a un chico de trece años gritando a su mamá, levantando su mano contra su papá. Observo a ese mismo muchacho publicando en internet fotos suyas con un cigarrillo entre los labios, le observo orgulloso de su adicción, de su condena. Sé de adolescentes que no ayudan en el hogar, que hablan con extraños en redes sociales y no obstante ignoran a su familia, que amenazan con irse de la casa, que no quieren estudiar, que no escuchan a sus abuelos, que no conocen a Manuel Ortiz Guerrero, que son inherentes a un celular. ¡Que no hacen nada pero siempre se quejan!
      Mientras vuelvo a casa desde la facultad, en el colectivo, escucho a dos jóvenes debatiendo sobre política. Uno, tras decir que todo es culpa de los políticos, indignado, tira la botella de su gaseosa por la ventana. Su amigo asiente y termina mencionando: "los políticos,  todos bandidos, tienen la culpa. Yo por eso nunca luego voto ni voy a meterme jamás en la política ni nada de todo eso".
      Observo con tristeza el pesimismo de los jóvenes adultos, que nunca se ven como parte responsable del bienestar social, como una posible solución a los dilemas de una comunidad. Me aflige saber que muchos reducen a quejas las injusticias políticas, que se limitan a manifestar repudio sin pensar en una cura para nuestros males. Ese acto es comparable al enfermo que declara detectar su afección, pero jamás consume sus medicamentos y tampoco cuida su salud bajo ningún aspecto.
     Por todo lo antes mencionado, les propongo, jóvenes, que seamos más conscientes del protagonismo que debemos tener con nuestra nación, esa responsabilidad con la vida, que solemos ignorar. Es necesario que nos mostremos como base, como el cimiento de una gran construcción que muta eventualmente según el tiempo y sus generaciones.
       Recordemos que el cambio inicia siempre en uno mismo. Es imprescindible que evitemos ser dependientes de otros sectores en cuanto al bien. Podemos ser éticamente autodidactas, por ejemplo, observando los buenos hábitos ajenos para tomarlos en práctica. Sepamos de Sócrates, de ese hombre incansable que murió sin miedo defendiendo la verdad. Veamos el amor que tuvo Jesús, incluso para quienes lo odiaban, o conozcamos la bondad de Buda al respetar a todos los seres vivos por igual.
     Para ser más breve y concreto, les doy a conocer la formulación que elaboré pensando en nuestras necesidades morales.
     1- Sobre la gratitud: en la juventud todo parece efímero, irrelevante e insuficiente. Tras el pasar de los años, la vida y sus pequeños detalles cobran mayor importancia y valor. Por el valor, llega la virtud. Es indispensable ser agradecido con la existencia misma, porque la vida, independientemente de sus circunstancias, es un presente.
     2- Acerca del respeto: el respeto dignifica nuestras vidas, muestra la consideración que tenemos hacia los demás y ayuda a que la convivencia y la sociedad sean posibles. Agradecer no es suficiente, es necesario también respetar. El respeto es una consecuencia del valor hacia la vida, ese valor que se manifiesta con la gratitud. Respetar a los demás, de hecho, es más bien respetarse a uno mismo. Es amar la vida.
     3- De la bondad: hemos concluido en que debemos ser agradecidos y en que el respeto nos permite convivir. Pero recordemos siempre que existen quienes hacen el mal, quienes dañan  y además invierten el bien buscando nuestra indiferencia. Por tal razón, nos enfrentamos a los que hacen el mal y a los que se sientan a ver lo que pasa.
      De esta forma, el bienestar social requiere que actuemos de contrapeso. La mejor herramienta para combatir el mal y las circunstancias negativas, es la bondad. Las buenas acciones son, al final del día, los pequeños pasos que hacen posible un viaje de mil kilómetros. La bondad es un acto de rebeldía contra los injustos, una luz de esperanza para los pesimistas que nos creen perdidos. 
      Un acto de bien es ceder el asiento a una persona anciana en el colectivo, escuchar a un amigo afligido, compartir nuestra comida, dar agua a un animal sediento, ayudar a tu hermano a ordenar su habitación, levantar la basura del suelo, regalar la ropa que no te sirve a aquellos que necesitan, escuchar un poquito más a ese mismo amigo afligido, abrazar a mamá.
      Estos son, según mi parecer, los parámetros que cualquier joven puede usar a su favor, a favor de todos. Yo me pregunto,  si aquel hombre que reía sin fin al ver esa pelea hubiese tenido en cuenta la gratitud, el respeto y la bondad, ¿Se habría limitado a soltar esa risa indiferente a los problemas del mundo? Yo pienso que no.
      Es así, queridos jóvenes, que espero poder actuar de ayudante para que sirvamos a la sociedad, a las personas, a la existencia. Porque yo confío en ustedes, porque soy un eterno joven esperanzado en el mejoramiento del país y sus condiciones de vida, soy un fiel seguidor del iluminismo, un creyente ortodoxo de la potencialidad bondadosa del ser humano. Mis humildes propuestas podrían contribuir a que dejemos la silla esa donde nos sentamos durante el día, a simplemente ver lo que pasa.
      Vamos a salir victoriosos, con júbilo, al apenas notar el avance positivo de nuestra vida tras ser poseedores del papel protagónico que tanto necesita nuestro país, nuestra realidad. Pongo en ustedes mi confianza eterna, mis sueños y el anhelo de todo aquel que quiera vivir mejor.
      Ahora tienen la libertad de tomar el mal camino, ese que no es conveniente para los que hacen el mal. Es decir, el del bien.
     ¡Jóvenes, a ustedes pertenece el presente!


Milson De Jesús Godoy Caballero



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