FUI A VOTAR PARA LAS ELECCIONES
Edificio de Aduana, Asunción. Imagen de 1950 - 1960 (Portal Guaraní)
"Hoy fui a votar, y de camino vi a una mujer llorando desconsoladamente en el suelo. No sé por qué se encontraba así, en el piso, tan tirada como si nadie le conociera".
Voté para las elecciones generales de mi país. Fui a dar mi voto, a cumplir con mi deber cívico, a hacerme representar, como se dice.
Mi casa no sabía nada, creo yo, ya que no se sentía diferente a otro día cualquiera. Estuve sentado en el borde de la cama, algo emocionado, unos segundos, despierto, yo estaba despierto; “hoy es domingo 22 de abril”, dije disimuladamente, solo, esperando a que mi habitación escuchara. No me escuchó, pensé, porque todo seguía igual. Fui a la cocina de mi indiferente casa y tomé café, con mamá.
–Vamos, mamá, tenemos que votar.
–Tomá todo tu café, y vamos.
No terminé de tomar el café. Qué extraño me sentí esta mañana... Fui a bañarme y el agua caía sobre mí igual a otros días, tan igual que me causó tristeza y aburrimiento. Dejé de sentirme emocionado, ya que nada se mostraba feliz o triste, ni nada. Y era un día de elecciones generales de un país soberano y democrático.
Antes de salir de casa, hice un último esfuerzo, al decir: “hoy es 22 de abril, y hay elecciones; ayer mi ahijada cumplió 6 años, pero pasó su día soñando, ella durmió toda la tarde”. Nada. Mi casa seguía sin escucharme, o tal vez estaba dormida, simplemente. No sé si la televisión estaba enterada de algo, ya que mamá y yo salimos de casa sin ver las noticias.
“Qué triste es la vida, a veces. Es triste que uno se despierte temprano, animado, para que las cortinas de la ventana se muestren tan quietas, tan muertas. La muerte es así, a veces, muy triste. Yo me siento mal, ahora, porque ninguno sabe algo de nada ni de nadie; es como si solo yo estuviera animado, como si el mundo fuera a rodar por unas escaleras y ya nada importara”.
De camino, comenzamos a ver gente que iba de un lado a otro, despacio, con la lentitud de aquel que va hacia lo desconocido, contra su voluntad. En las calles, las personas sí parecían estar enteradas de las elecciones, pero se mostraban tan melancólicas… Pensé que probablemente sus casas se quedaron dormidas, como mi casa, y que se habían entristecido por eso.
Desde muy lejos, apenas, se escuchaba una polca tradicional que parecía agonizar de tan bajito que sonaba. Creo que mamá también escuchó.
–Qué lento camina la gente, mamá.
–Hay muchos votantes, y hace calor.
Mamá tenía razón, el calor parecía haberse hecho amigo de las personas y los autos, porque el sol estaba cerca y nos abrazaba a todos por igual. Las calles estaban vacías de coches, pero abarrotadas de personas que caminaban despacio, apenas. Uno podía ver a los vehículos estacionados, llenos de calcomanías que, según vi, se derretían poco a poco y se deslizaban por sus vidrios. El sol se había hecho amigo de los autos.
–Ya llegamos, mamá, acordate de tu número de mesa.
–Hay mucha gente. Qué calor hace, más que hace rato.
Llegamos al portón del colegio donde debíamos votar, cuando, a un costado de las rejas, vi a una señora llorando sin consuelo, sin parar, como si algún extraño se hubiera robado a su hijo. Quise avisar a mamá, pero ella entró muy pronto y estaba ya mezclada con la gente.
–Señora, ¿te pasó algo? –la señora no me miró, siquiera, y se limitó a hacer un gesto de negación que se mezclaba con su llanto.
“A veces la gente camina como si nada, como si fuera normal ir de un lado a otro, sin sentido, sin prisa. Ya no me siento mal, ahora, pero es que es tan difícil caminar como si nada, habiendo tanta gente tirada en el piso. Se tienen que dar pequeños saltos, para evitar pisarles la mano o la cabeza. La gente es así, a veces, y no todos toman la delicadeza de evitar pisar a quienes no tienen las fuerzas suficientes para estar de pie.
Hay un sol de abril, y ayer fue el cumpleaños de mi ahijadita, pero ella durmió durante la tarde. Es tan difícil caminar cuando hay gente llorando por las calles, arañando el suelo hasta hacer que sus uñas se desprendan de sus dedos”.
Busqué mi mesa de votación, entre la multitud que se movía como si estuviera cargando un tronco de madera recién cortado a machetazos. Me dieron las papeletas, al encontrar mi mesa, pero les pedí que me cambiaran por otros.
–Señores, disculpen. Estos papeles están, no sé, medio quemados, ¿pueden darme unos que estén bien?
–Todos están así, hace demasiado calor… que te cuente acá doña Eugenia, ella tuvo que poner una tela encima de las papeletas, para que no se rompieran más por el calor.
Intenté votar, pero los nombres se habían mezclado y no podía distinguir uno de otro. Pude votar, igual. Voté, y me sentí parte de mi país, me sentí totalmente paraguayo. Los encargados de mesa me hicieron poner los papeles, ahora doblados como si guardaran más que un secreto, en unos recipientes de plástico que estaban a merced del sol; no pude evitar pensar que, seguramente, una de esas bolsas plásticas iban a derretirse y los votos se mezclarían hasta no entenderse nada. Supuse que ya no importaba.
Vi a mamá hacia uno de los pocos árboles que daban sombra, generosamente, en ese colegio. Le comenté aquello que me pasó con los cartones de votación, y después caminamos hasta la salida.
“Hoy es un domingo 22 de abril, y me desperté con energía, pero las cortinas de mi ventana no me saludaron… por eso me sentí triste. Así es esto de vivir, a veces. Yo sé que pude levantarme y abrir la ventana de un lado a otro, para que me viera el sol, y que pude haber disfrutado esa ducha que me hizo sentir aburrido. También pude insistir hasta que me dieran unas papeletas decentes, pero es que estamos tan acostumbrados a que el desayuno nos espere, hecho, en la cocina, o a que todo esté en nuestros bolsillos sin mayores esfuerzos.
Mi abuelo estaría emocionado con las elecciones, porque él fue un buen ciudadano... pero ahora está muerto. Mi abuelo decía que la libertad estaba en sus manos, en nuestras manos, que los hombres con rodillas ensangrentadas estaban así porque no sabían caminar, porque solo gateaban. A nadie le sangran las rodillas simplemente porque sí; uno sabe que anda mal, cuando comienza a sentir dolor en alguna parte de su cuerpo, o de su alma. Qué triste me siento, otra vez. Las personas no quieren curar sus heridas, las personas solo buscan culpables, entonces van a los medios de comunicación y ahí lloran porque no saben caminar, y porque sus rodillas lloran sangre… y lloran más.
Mi abuelo murió hace unos años, pero este sol de abril es el mismo sol de abril que calentó su espalda de hombre decente, cuando tuvo que venir a votar para su país, que también es mi país. Él se habría reído de ver a tanta gente tirada en el suelo, con sus rodillas, sangrando tan estúpidamente”.
–Ah, entonces a vos sí te cambiaron las papeletas de votación, mamá. Yo no les pedí más de una vez.
–Sí. Vos tenés que hablar si querés algo, mi hijo. Qué calor hace.
Mamá y yo caminamos hasta la salida. Mientras votaba, recordé a mi abuelo y casi lloré sobre esos nombres, en la papeleta, mezclados de tanto calor. Recordé que, según él decía, el mundo era simple, que los hombres vivían de una u otra forma porque así ellos mismos decidieron, y ya. El ciudadano siempre elige al candidato que tiene el rostro más parecido a él mismo. Eso decía mi abuelo.
Al cruzar el portón del colegio, vi que la señora, de piel quemada, seguía llorando. Vi que sus codos y rodillas tenían raspones humedecidos por su misma sangre, esa sangre que se mezclaba con la arena del piso, haciendo un barro sucio a su alrededor.
“El sol es siempre el mismo, pero no anda por ahí consolando a las mujeres o a los hombres. Hoy es un 22 de abril, pero el sol de abril no me saludó, tampoco me saludaron mis cortinas, ni mi casa. Es cierto, ellos no estaban enterados de las elecciones, y no me saludaron… pero yo pude haber saludado primero. El hombre sangra porque quiere. Eso decía mi abuelo”.
Mamá y yo volvimos a casa, y encendimos la televisión.
Milson De Jesús Godoy Caballero
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